Martes 27 de mayo, 15.30 horas. Una mujer de 74 años, con dificultad para comunicarse (tiene problemas de audición) llega al hospital con mareos, escalofríos, dolores y las inseguridades propias de la edad.
Tres horas más tarde, todavía nadie le ha prestado atención. La mujer está nerviosa y decide preguntar a una enfermera, quien se limita a contestar: "No sea pesada y déjeme trabajar en paz"). Al mismo tiempo, su hija (yo) espera en una sala, sin posibilidad de hablar con los médicos, de poder entrar, o de preguntar por mi madre.
Tras 4 horas de angustia, al fin, puedo pasar. Y menos mal, porque mi madre, en ese momento, sufre un desmayo y cae al suelo. Se la llevan; nervios y la preocupación me matan. Por fin veo a la doctora -y remarco 'doctora' porque ya se encargó ella de recordárselo a mi madre cuando ella la preguntó: "Señorita, se me duermen las manos", su 'amable' contestación fue: "Señorita no. Doctora".
Le pregunto por mi madre y la doctora me responde: "está estupenda, ahora te cuento". ¿Está estupenda?. Entonces, ¿qué hacemos aquí?.
Además, durante mi espera (ya junto a mi madre) conozco a una señora: le han escayolado una pierna, lleva dos horas esperando una ambulancia que le lleve a su casa, le duele y no le dan una pastilla porque dicen que no tienen. ¿En un hospital? Al final, la pastilla se la doy yo.
Siete horas más tarde, afortunadamente, nos vamos a casa, cansadas y tremendamente abatidas por el trato recibido.
Por cierto, mi madre bien.'
Fuente: ciudadado M de elmundo.es
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