'El consejero de Sanidad, Juan José Güemes, sigue levantando pasiones allá donde va. La visita que realizó este lunes al Gregorio Marañón no fue una excepción: una treintena de sindicalistas y cinco guardias de seguridad lo siguieron por las instalaciones para protestar contra la "privatización" de la sanidad.
Los primeros en llegar fueron los agentes de la Polícia Nacional. Nada menos que tres furgones aguardaban la llegada del consejero, mientras varios guardias de seguridad se apostaban en el interior. Después, un ataúd negro, seguido por varias decenas de personas, hizo su aparición para sumarse al 'comité de bienvenida'. Ya estaban todos. Solo faltaba el protagonista.
Así, quince minutos más tarde de lo previsto, Güemes hizo su aparición en el 'hall' del hospital, ante la estupefacción de los pacientes que se arremolinaban ante la recepción. Empezaron los pitidos y los silbidos. A medida que el consejero se escabullía por las escaleras, camino del biobanco de muestras de pacientes con sida que tenía previsto visitar, el estruendo, más propio del Calderón que del Marañón, se hacía más y más ensordecedor.
Las primeras consignas —"Fuera, fuera"— no habían surtido efecto, así que los manifestantes cambiaron de táctica para presentar sus reivindicaciones. Los piropos —"¡Guapo, guapo!"— se alternaban con las muestras de hastío. "Hasta los Güemes, nos tienes hasta los Güemes", cantaban entre risas pasillo arriba; y, en consecuencia, exigieron su dimisión.
El cierre de la puerta del biobanco ante los sindicalistas puso fin al primer asalto. El consejero, imperturbable, inalterable, se dedicó, sonriente, a organizar a los periodistas para hacer las declaraciones sobre el tema del día, que era el sida. "Primero las televisiones, luego radios, agencias y demás. Si os parece", añadió. Dicho y hecho. Dos 'rounds' de preguntas, a falta de una, que el consejero ha contestado después de repasar la 'chuleta' que llevaba en la mano. "No olvidéis que los verdaderos protagonistas son ellos", es decir, los investigadores. "Pero si queréis", sonrió, "os añadiré algo al final con mucho gusto".
De la Consejería a las pasarelas
Al consejero no le quedaba otro remedio que regresar al pasillo para dirigirse a la sala donde se celebraban las jornadas que le tocaba inaugurar. La comitiva cada vez avanzaba más deprisa y los sindicalistas cada vez veían más guapo al visitante: "¡Güemes, trabaja de modelo y no de consejero!", le recomendaban. Por el camino, iban reclutando a más trabajadores despistados. "Esto no me lo pierdo", comentaba una enfermera mientras se sumaba a las protestas.
Una nueva barrera de seguridad impidió a los protestantes entrar en la sala de las jornadas, pequeña pero llena hasta reventar. Mientras el consejero, ahora con más tiempo antes de su intervención, escribía notas en sus papeles y subrayaba aquí y allá, la directora del banco hacía su intervención ante la sala.
Los trabajadores, mientras tanto, esperaban fuera. Algunos aprovechaban para vender a sus compañeros participaciones de lotería de Navidad. Otros se aseguraban de que no hubiera otra salida posible para el consejero. Pero la encontraron: Güemes se escabulló de la sala por la puerta más cercana a la mesa de presentación, lo que le valió el calificativo de "miedoso" por parte de los manifestantes. Pero después volvieron los piropos: "¡Que te queremos mucho!", aseguraban. Tanto, que le 'confundieron' con un rey mago y le escribieron una particular 'carta' musical con la canción de un conocido anuncio de turrones: "Güemes, a casa Güemes, por Navidad... Renueva los contratos y habrá felicidad". Después, vuelta al ambiente futbolero: "¡A por Güemes, oé!". Y después, para terminar, el resumen: "¡Sanidad pública, sanidad pública!".
Ahora sí, ahora ya le habían dicho todo lo que tenían que decirle. Así que el consejero, con la misma sonrisa con la que había entrado, se montó en su coche oficial sin dignarse mirar una vez más el ataúd que le perseguía. Fin de la protesta y dispersión de los participantes. Unos, por O'Donnell, a desayunar; otros, de vuelta al centro hospitalario, al trabajo, al calor del edificio. Y los pacientes, a lo suyo: a estas alturas, ya no necesitan preguntar lo que ha pasado.'
Fuente: Madridiario
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