'Estamos viviendo el desmantelamiento de la
sanidad española sobre la base de datos falsos por personas que usan la
ideología como ariete contra una de las pocas cosas de las que podemos
sentirnos orgullosos. En realidad parece que sólo buscan un nuevo nicho
donde hacerse más ricos tras la explosión de la burbuja inmobiliaria y
financiera.
Que nuestro sistema sanitario esté entre los mejores del mundo, que sea mucho más módico que el basado en seguros privados cuyo ejemplo cimero es EE UU (uno de los más prohibitivos y discriminatorios), que sea más justo y equitativo, que reduzca la brecha, cada vez mayor, entre ricos y pobres en cuestión tan esencial, no cuenta en las cuentas de estos pájaros que terminan anidando en las empresas que ellos benefician (Lamela, Güemes). Racionalizar la sanidad pública no justifica su desmantelamiento. No lo dicen, pero no les salen los números. La gestión privada no puede satisfacer los estándares actuales y dar beneficios; es puro marketing, te ponen una habitación para ti solo, pero te escatiman en pruebas diagnósticas o tratamientos. Efectivamente el mercado es la forma más eficiente de reparto de bienes, pero no todos los bienes son de mercado, por ello algunos debe ofrecerlos el Estado o intervenir en su producción, como pasa con la educación, la justicia o la seguridad.
Los partidarios de la privatización inciden en los costes de nuestro sistema cuando es uno de los más asequibles de Europa, plenamente competitivo comparado con nuestro entorno, de cuántas cosas podemos decir lo mismo.
Como defienden los colectivos sanitarios, no es una cuestión entre sanidad privada o pública, sino entre una sanidad con o sin ánimo de lucro. Quieren que sea mejor y menos ruinosa (con respecto a qué) gracias a los incentivos del mercado. ¿Qué mercado?, muy sencillo: nuestros impuestos. Un mercado cautivo donde el cliente no puede elegir, en donde al ciudadano le guindan la pasta, quiera o no quiera, por anticipado, y cuyos emprendedores, lejos de luchar entre sí en una competencia perfecta (como la que tienen los panaderos de su ciudad), se limitan a un grupo reducidísimo de empresas, muy próximas casi todas a cargos públicos implicados en este cambalache y demasiado cercanas a unas siglas como para que resulte casual. Forman, y así lo denuncian estos colectivos, un oligopolio, es decir, un grupo decidido a quedarse con casi todo sin hacerse la competencia. Sus amigos políticos preparan el pastel y ellos se lo reparten. Nosotros pagamos y los obedientes cargos públicos, sorprendentemente, terminan en esas empresas con sueldos bastante mejores que los abnegados médicos, enfermeras y sanitarios que sufrirán sus recortes y medidas optimizadoras destinadas, no a la salud, sino a aumentar el lucro particular.
Son los propios médicos los que nos remiten al New England, posiblemente la más prestigiosa revista del ramo. Un informe de esta publicación destaca que no existe ningún caso donde analizados a pares resulte más barata la sanidad privatizada. ¿Entonces?
La realidad es más tozuda aún. En 2004 un estudio dado a conocer por la Canadian Medical Association Journal demuestra que los hospitales privados con ánimo de lucro son más caros que los hospitales privados sin ánimo de lucro, ¡ojo!, he dicho privados en ambos casos. De los modelos privados, buscan el más gravoso.
Y este invento que ha empezado en Madrid recordemos que tiene su origen en Valencia, el modelo Alzira, basado en que una empresa o grupo de ellas construyan y gestionen un hospital; luego, la Comunidad, mediante contrato, paga un tanto per cápita por la población atendida. Curiosamente este engendro salió deficitario y hubo de rescatarse con fondos públicos para volver a dejar la concesión en manos privadas, y parece ser que con cláusulas salvaguardia que garantizaban el beneficio. ¡Toma libre mercado!
Pues bien, este "novedoso" formato tiene varios inconvenientes. El primero, que es más oneroso que el actual, y lo es porque debe incluir los beneficios de los accionistas y porque sus gerentes no cobran precisamente menos que nuestros acreditados profesionales públicos. El segundo, su enorme complejidad, denunciada por la OMS, que afirma que los fallos y costes lo hacen incluso prohibitivo. El último, que nuestras autoridades están depauperando gran parte del sistema vigente para justificar su asalto a la sanidad.
Madrid es de lo mejor en sanidad pública, absorbe gastos extra por la excelencia médica que lleva a muchos pacientes de otras comunidades a usar sus servicios y, a pesar de eso, pretenden usarla como conejillo de indias a fin de extender el sistema al resto. La marea blanca está demostrando una fortaleza enorme y está luchando por unos derechos que nos conciernen a todos, deben sentir nuestro apoyo y reconocimiento. No vamos a consentir que nos destruyan una conquista tan valiosa y necesaria. Los siguientes podemos ser nosotros.
Termino con un editorial de The Economist, poco afín a las tesis izquierdistas, a propósito de los descubrimientos genéticos y los seguros médicos, relativo a los mercados imperfectos en los que la información es asimétrica: "Efectivamente, las pruebas genéticas pueden convertirse en el argumento más potente para una asistencia sanitaria universal de financiación estatal". Ni la realidad, ni el mercado ni el futuro previsible les avala. Son ganas de hacer caja con nuestras miserias. '
Que nuestro sistema sanitario esté entre los mejores del mundo, que sea mucho más módico que el basado en seguros privados cuyo ejemplo cimero es EE UU (uno de los más prohibitivos y discriminatorios), que sea más justo y equitativo, que reduzca la brecha, cada vez mayor, entre ricos y pobres en cuestión tan esencial, no cuenta en las cuentas de estos pájaros que terminan anidando en las empresas que ellos benefician (Lamela, Güemes). Racionalizar la sanidad pública no justifica su desmantelamiento. No lo dicen, pero no les salen los números. La gestión privada no puede satisfacer los estándares actuales y dar beneficios; es puro marketing, te ponen una habitación para ti solo, pero te escatiman en pruebas diagnósticas o tratamientos. Efectivamente el mercado es la forma más eficiente de reparto de bienes, pero no todos los bienes son de mercado, por ello algunos debe ofrecerlos el Estado o intervenir en su producción, como pasa con la educación, la justicia o la seguridad.
Los partidarios de la privatización inciden en los costes de nuestro sistema cuando es uno de los más asequibles de Europa, plenamente competitivo comparado con nuestro entorno, de cuántas cosas podemos decir lo mismo.
Como defienden los colectivos sanitarios, no es una cuestión entre sanidad privada o pública, sino entre una sanidad con o sin ánimo de lucro. Quieren que sea mejor y menos ruinosa (con respecto a qué) gracias a los incentivos del mercado. ¿Qué mercado?, muy sencillo: nuestros impuestos. Un mercado cautivo donde el cliente no puede elegir, en donde al ciudadano le guindan la pasta, quiera o no quiera, por anticipado, y cuyos emprendedores, lejos de luchar entre sí en una competencia perfecta (como la que tienen los panaderos de su ciudad), se limitan a un grupo reducidísimo de empresas, muy próximas casi todas a cargos públicos implicados en este cambalache y demasiado cercanas a unas siglas como para que resulte casual. Forman, y así lo denuncian estos colectivos, un oligopolio, es decir, un grupo decidido a quedarse con casi todo sin hacerse la competencia. Sus amigos políticos preparan el pastel y ellos se lo reparten. Nosotros pagamos y los obedientes cargos públicos, sorprendentemente, terminan en esas empresas con sueldos bastante mejores que los abnegados médicos, enfermeras y sanitarios que sufrirán sus recortes y medidas optimizadoras destinadas, no a la salud, sino a aumentar el lucro particular.
Son los propios médicos los que nos remiten al New England, posiblemente la más prestigiosa revista del ramo. Un informe de esta publicación destaca que no existe ningún caso donde analizados a pares resulte más barata la sanidad privatizada. ¿Entonces?
La realidad es más tozuda aún. En 2004 un estudio dado a conocer por la Canadian Medical Association Journal demuestra que los hospitales privados con ánimo de lucro son más caros que los hospitales privados sin ánimo de lucro, ¡ojo!, he dicho privados en ambos casos. De los modelos privados, buscan el más gravoso.
Y este invento que ha empezado en Madrid recordemos que tiene su origen en Valencia, el modelo Alzira, basado en que una empresa o grupo de ellas construyan y gestionen un hospital; luego, la Comunidad, mediante contrato, paga un tanto per cápita por la población atendida. Curiosamente este engendro salió deficitario y hubo de rescatarse con fondos públicos para volver a dejar la concesión en manos privadas, y parece ser que con cláusulas salvaguardia que garantizaban el beneficio. ¡Toma libre mercado!
Pues bien, este "novedoso" formato tiene varios inconvenientes. El primero, que es más oneroso que el actual, y lo es porque debe incluir los beneficios de los accionistas y porque sus gerentes no cobran precisamente menos que nuestros acreditados profesionales públicos. El segundo, su enorme complejidad, denunciada por la OMS, que afirma que los fallos y costes lo hacen incluso prohibitivo. El último, que nuestras autoridades están depauperando gran parte del sistema vigente para justificar su asalto a la sanidad.
Madrid es de lo mejor en sanidad pública, absorbe gastos extra por la excelencia médica que lleva a muchos pacientes de otras comunidades a usar sus servicios y, a pesar de eso, pretenden usarla como conejillo de indias a fin de extender el sistema al resto. La marea blanca está demostrando una fortaleza enorme y está luchando por unos derechos que nos conciernen a todos, deben sentir nuestro apoyo y reconocimiento. No vamos a consentir que nos destruyan una conquista tan valiosa y necesaria. Los siguientes podemos ser nosotros.
Termino con un editorial de The Economist, poco afín a las tesis izquierdistas, a propósito de los descubrimientos genéticos y los seguros médicos, relativo a los mercados imperfectos en los que la información es asimétrica: "Efectivamente, las pruebas genéticas pueden convertirse en el argumento más potente para una asistencia sanitaria universal de financiación estatal". Ni la realidad, ni el mercado ni el futuro previsible les avala. Son ganas de hacer caja con nuestras miserias. '
Fuente: Miguel Ángel Robles Martínez en Diario Informacion 26/04/2013
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